John Stuart Mill (1806-1873), filósofo, administrador y economista inglés, nació en Londres Inglaterra, siendo uno de los principales representantes del neoempirismo inglés del siglo XIX y el más influyente filósofo de habla inglesa en ese mismo siglo. Ha sido John Stuart Mill considerado por la posteridad como uno de los más profundos y eficaces voceros liberales, del hombre y la sociedad.
Su padre, James Mill[1], le dio una rigurosa y rígida educación basada en los principios del utilitarismo y del radicalismo filosófico de Bentham. Tan fue cierto, que a la edad de tres años empezó a aprender griego; a los siete años John Stuart Mill había leído casi todos los diálogos de Platón. Al año siguiente empezó el estudio del latín, y para entonces ya había digerido a Herodoto, Jenofonte, Diógenes Laertius y, en parte a Luciano. Entre los ocho y los doce años llevó a cabo el estudio de Virgilio, Horacio, Livio, Salustio, Ovidio, Terencio, Lucrecio, Aristóteles, Sócrates y Aristófanes; dominaba la geometría, el álgebra y el cálculo diferencial; había escrito una historia de Roma, un epítome de historia universal antigua, una historia de Holanda, y algunas poesías.
Teniendo doce años, se puso John Stuart Mill a estudiar lógica y las obras de Hobbes. A los trece estudió a fondo todo lo que había que estudiar en el campo de la economía política. Fue una educación extraordinaria, y comparada con las normas que hoy rigen, horrenda. No tuvo vacaciones (cuestión de disciplina imagino) y no tuvo amigos de adolescencia. Lo raro no sería que produjese grandes obras, sino que no se hubiese destruido por completo su personalidad al hacer contacto con el mundo “normal”.[2]
La más inmediata consecuencia de esta educación fue la famosa crisis espiritual (o abatimiento nervioso) descrita en su Autobiografía.
De ella se salvó en parte mediante la lectura de los poetas líricos y cierta rebelión contra los principios más estrechos del utilitarismo[3].
Más tarde, una nueva crisis emotiva sobrevino en su vida: su amistad y luego su amor por Harriet Taylor[4], para casarse con la cual aguardó veintiún años, durante los cuales sufrió todos los prejuicios de la sociedad victoriana de su tiempo[5]. Las dos crisis no son ajenas al desarrollo de su filosofía.
En particular la última puede explicar la vehemencia del filósofo (expresada siempre con correcta frialdad) contra el imperio de las conveniencias sociales sobre las individuales.
En 1857 John Stuart Mill hizo una enérgica defensa de la “East India Company” en el parlamento para que renovaran los estatutos de la misma; al no concedérsele su alegato, se jubila y rechaza una oferta para trabajar con el gobierno británico en los asuntos de la India.
En 1865 ingresa al parlamento como miembro independiente por Westminster, donde permaneció hasta 1868. Luego pasó su tiempo alterntivamente entre Londres y Aviñón, admirado y solicitado por muchos, accesible para pocos. John Stuart Mill Vivió hasta 1873, venerado y casi convertido en un objeto de culto[6]. Se le perdonaron sus suaves inclinaciones socialistas, en compensación al gran panorama de esperanza que había descubierto. En fin de cuentas lo que Mill propugnaba era algo aceptable: el impuesto sobre las rentas, los impuestos sobre las herencias y la formación de las cooperativas de trabajadores. Jamás fue John Stuart Mill optimista encuanto a las posibilidades de los sindicatos.
Desde el punto de vista más estrictamente filosófico, John Stuart Mill prosiguió la tarea de la fundamentación de las ciencias iniciada por sus antecesores de la escuela, pero con mayor amplitud de miras y a base de más amplias informaciones.
Coincidiendo con Comte en la posición antimetafísica, pero discrepando de él en diversos puntos capitales, particularmente en los problemas del método y en el reconocimiento de la psicología como ciencia efectiva, J. S. Mill aplicó ante todo sus reflexiones a la lógica, entendida como ciencia de la prueba, y a la psicología, considerada como parte esencial de las ciencias morales. La psicología de J. S. Mill es de carácter netamente asociacionista; siguiendo las tendencias iniciadas por Hartley y Priestley y consecuentemente desarrolladas por el utilitarismo, Mill concibe los hechos psíquicos como estados elementales a cuya unión se otorga un carácter substancial, sin que sea lícito, por otro lado, averiguar el fundamento de semejante substancia, pues el psicólogo debe atenerse pura y exclusivamente a las relaciones entre estados mentales elementales y a la formulación de las leyes correspondientes. Pero los hechos mentales son, en última instancia, el producto de las impresiones proporcionadas por la experiencia.
Toda ciencia que no se funde en esta experiencia, todo saber que pretenda averiguar algo más que las relaciones dadas en la experiencia, es fundamentalmente falso. Esta vinculación a la experiencia es propia no sólo de las ciencias físicas y morales, sino también de las ciencias matemáticas.
En el Sistema de lógica raciocinadora e inductiva (1843), obra que le dio una rápida y sólida fama, sostiene la tesis de que el empirismo y una filosofía basada en la experiencia obtienen mejores resultados, en orden a mejorar la sociedad, que cualquier otra. Frente a la teoría de la deducción clásica, basada en el silogismo, cuyo carácter de razonamiento circular ataca, sostiene que todo conocimiento llega por la experiencia, construye su propia teoría de la inducción, conocida como métodos o cánones de Mill y defiende la razonabilidad de la creencia en el principio de la uniformidad de la naturaleza. Distingue, además, entre leyes de la naturaleza, esto es, leyes causales, y meras leyes empíricas, que son generalizaciones de la experiencia.En su tratado de lógica argumenta que la vida humana y social tampoco debería quedar excluida de los planteamientos científicos empíricos; aboga por la existencia de una nueva ciencia, que debería llamarse etología, y cuyo objeto habrían de ser las leyes de la sociedad. Y, adoptando la perspectiva de la ley de los tres estados de Comte, considera el estado actual como el estado especulativo de la humanidad, del que ha de surgir un conocimiento científico de la realidad social.
El conocimiento científico de las leyes empíricas que determinan la realidad humana y social es totalmente compatible con la intervención del hombre en los asuntos sociales y políticos y con la afirmación decidida de la libertad humana individual. En Los principios de la economía política (1848), hace de la distribución de la riqueza el problema fundamental de la economía política, y en Consideraciones sobre el gobierno representativo (1861), señala la característica esencial de la democracia, que es ser suficientemente representativa de las minorías; sólo así es mejor que cualquier gobierno monárquico o aristocrático. En Sobre la servidumbre de las mujeres (1869), destaca que uno de los fallos de representatividad está en no reconocer el derecho de voto a las mujeres; tesis sumamente bien recibida por las sufragistas de final de siglo. Sobre la libertad (1859) es otra de sus grandes obras, comparable a Sistema de lógica. La libertad de la que se ocupa es la libertad del individuo en sociedad, la de acción, que se exterioriza en libertad de pensamiento, expresión, asociación y el ejercicio de los demás derechos civiles, pero no aquella que supone defensa y protección del individuo frente a los abusos u opresión del poder -que se supone que ya ha de estar defendida en un estado democrático-, sino la que ahoga la «tiranía de la mayoría», o de la masa, o de la opinión dominante.
La cohesión moral que necesita una sociedad ha de provenir de la ética. La que propone Mill, en Utilitarismo (1863), es la ética del principio utilitarista, según el cual la bondad de una acción corresponde a la mayor cantidad de felicidad del mayor número posible de personas, y donde «felicidad» es presencia de placer y ausencia de dolor. A las ideas de Bentham al respecto, añade Mill la de la cualidad del placer. Al egoísmo ético que supone el principio utilitarista, contrapone Mill, como contrapeso, la reflexión de que no hay felicidad propia sin la percepción de la felicidad de los demás. Representa esto la aportación del altruismo de Comte al principio utilitarista.
El empirismo epistemológico de Mill procede de Hume y de Berkeley; es fenomenista, por tanto. El conocimiento del hombre alcanza sólo los fenómenos. En este contexto, causa (que indaga justamente con sus «cánones» inductivos) es el «antecedente, o concurrencia de antecedentes, del que depende invariable e incondicionadamente el consecuente». De parecida manera, define la materia como «posibilidad permanente de sensación».
[1] Y no olvidemos que su progenitora se llamaba Harriet Burrow.
[2] En el año de 1823 (teniendo 16 años) obtiene trabajo en la “East India Company”, donde su padre era un alto funcionario. Trabajó allí hasta 1858.
[3] Aquel mundo delicado, seco e intelectual, de trabajo y de esfuerzo, en que se había nutrido, se hizo pronto estéril e insatisfactorio, y mientras otros jóvenes tenían que descubrir que en la actividad intelectual podía haber belleza, Mill hubo de descubrir que podía existir belleza en la belleza. Cayó en un acceso de melancolía; leyó a Goethe, después a Wordsworth, luego a Saint-Simon; es decir a escritores que hablaban del corazón con la misma seriedad con que su padre hablaba del cerebro.
[4] Una mujer en ese instante casada y con varios niños. Y se enamoraron, durando veinte años intercambio correspondencia, viajaron juntos dentro de una “perfecta pureza”. El marido de aquella falleció en 1849 y tres años más tarde se casaron.
[5] Fue una pareja superlativa. Harriet Taylor (y su tardía hija Helen) hizo culminar en Mill el despertar emocional que tan tardío se había manifestado; abrió los ojos de Mill a los derechos de la mujer y, lo que es todavía más importante, a los derechos humanos.
Era uno de los temas de interés de Mill, su esposa (hacia la que sentá una devoción rayana en la ceguera) y la búsqueda del saber.
Estando de gira por Francia el señor John Stuart Mill y su familia, fallece Harriet cerca de Avignon. Mill compró una casa cercana para no estar de la tumba de su amada.
[6] Ese año una breve enfermedad lo acongojó y se lo llevó a la tumba. Estuvo asistido todo el tiempo por su hija Helen